En un crucero regio se dio el amor. Bajo nubes tristes y calores caladores, brotó el deseo debajo del vestido con encaje de Hannah, que en toda su menonítica vida, jamás había visto a un chico de piel obscura tan hermoso. Raúl, a sus 17 años, limpiaba vidrios como nadie: la fórmula especial que usaba de lava-vasijas y jabón de ropa hacía mucha espuma y arrancaba rápido la mugre, lo que contaba de mucho en el semáforo. Y fue entre chorros burbujeantes que olió la miel. Un aroma dulce, seco. Entonces cruzó la vista con esa chica rubia de ojos verdes, de sombrero redondo y flores celestes en su vestido. Le sonrió, y cuando ella lo vio, miró hacia otro lado.
Así, día con día, se iban acostumbrando a verse en el crucero. Raúl rechazó muchas veces cambiar de esquina, sólo para seguirla viendo. Y un día especialmente nublado, después de un año de fermentación, cuando el cielo tronaba y los techos escaseaban, llegó a sentarse a mano derecha de Hannah.
“¿Cómo te llamas?”
La chica sorprendida sonrió ampliamente, era usual que la entrenaran para ser agradable y resolver conflictos pacíficamente.
“I-Io me iamo, J.. Jana”
El chico se rió, y siguió.
“Yo Raúl. ¿Cuánto cuestan?”
Dijo él señalando las galletas de miel que cargaba bajo el brazo.
“Ah.. son veinti-cinco pe-sos… pesos, sí”.
Él metió la mano a la bolsa, a la vez que el semáforo cambió a verde. Sacó las monedas suficientes, y las entregó saboreándose los planos bizcochos. Ella arrancó una de las bolsas plásticas, y se la entregó sobre la mano que mostraba las monedas al flacucho chico.
“¡Te las riegalo!”.
Le dijo poniéndose de pié, para pasar a vender su mercancía entre los automóviles. Él abrió las galletas inmediatamente, y cuando la primera tocó su lengua, se derritió en éxtasis: las galletas de la tiendita jamás le llegarían a los talones a estas. Tanto pasó saboreando, que se le fue el semáforo, y Hannah ya estaba de vuelta.
“¿Te gus-taron?”
“No sabes güera…”
Ella guardó silencio extrañada.
“Pues… no, no sé. Por e-so te es-toy preguntándou”.
Raúl carcajeó, y pasó a explicarle el modismo, y mientras ambos reían y se sonrojaban, la lluvia reventó. Los claxons de los carros se volvieron locos, los charcos se empezaron a formar, y mientras hallaban una manera de cruzar del camellón hacia la otra esquina, el chico se quitó su sudadera y se la puso en los hombros a Hannah. Pero esta se quitó inmediatamente, como si estuviera electrificada.
“¡No! Suda-dera no puedo”
“¿Por qué no puedes?”
“Nou debou. El pastor lo ve mal”.
“¿Y el pastor te va a proteger de la lluvia?” preguntó sonriendo, mientras levantaba sus cejas cómicamente.
Ella se puso una mano en la boca, pero no podía esconder su gran sonrisa y la profunda carcajada que creó. “Pues nou, crieo que nou”.
Entre litros de agua, ella se dejó cubrir por la prenda, y al brillar el rojo en lo alto, corrieron por las líneas blancas frente a las luces de los autos, que proyectaban sus siluetas tan peculiares como juguetonas. Al fin, se sentaron en una banca afuera de un restaurante, y la lluvia ya amainaba cuando Hannah sacó un pedazo de queso envuelto de su bolsillo.
“Ten. P-ruébalo”.
Raúl intrigado, tomó el pedazo blanco y le dio un mordisco hambriento. Cerró los ojos, y sintió cómo el sabor lo inundaba, cómo el fermento lácteo bajaba por su garganta, cómo unos labios se posaban prontos en su misma boca. Abrió los ojos sólo para ver a Hannah alejarse lentamente de su cara. Él se tocó los labios y sonrió mucho.
“No te emo-ciones. Es sólou un be-so de paz”.
“¿De paz?”
“Sí. Se da de mu-jer a mu-jer. O de hom-bre a hom-bre. Pero cre-o que podemos hacer una excepcióun”.
Pues, beso de paz o de amor, Raúl sintió que fue el más sabroso que le habían dado en toda su vida, sobretodo porque estuvo esperando mucho tiempo a que madurara.
Muy interesante, me gusta tu blog.
Un saludo.
PD: me encantaría que si tuvieses tiempo te pasases por el mío y me dijeses qué te parece.
http://umagah.wordpress.com/
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